01 noviembre 2006

Una hermosa noche sonó en Correa

(Crónica de El Polaco)


De repente parecíamos marcianos arriba del escenario ubicado en un cruce de calles en un pueblo que parecía fantasma, al menos de este lado de la vía. El festival transcurría asombrosamente bien, con ese gustito tan particular de las cosas hechas a pulmón, por amor al arte. Por ese amor que algún día nos llevó a tomar los instrumentos y tratar de hacer música, ese mismo amor que con los años parece flaquear a medida que uno va confundiendo mañas con profesionalismo.
Pero en el festival Correa Suena!, que hicieron unos chicos de esa localidad que está a unos 60 kilómetros de Rosario, no se podía pedir más. El sonido y las luces de El Camote que habían conseguido los pibes era óptimo, el escenario también. El marco de público era lo que se esperaba: mucha gente, un tanto tímida. Y la banda tenía la dosis de tranquilidad, miedo e incertidumbre justa para que el show termine saliendo digno de recordar por lo bueno.
Huevo recordaba, en la previa, mientras sonaban las bandas de Correa y cada tanto metían algunos covers que sonaban como en los discos, aquel extraño toque en una escuela de San Javier, cuando antes que nosotros tocaron unos pibes muy rockeros que hacían cumbia y otra banda de covers, que los shows con temas propios y desconocidos, como los nuestros, son difíciles de remar. Pero el aplauso que una hora después recibía Degrade daba la pauta de que la mayoría de la gente tenía los cuerpos quietos pero las orejas muy atentas. Y esa pauta implicaba que si se quedaban a ver nuestro show, que venía inmediatamente después, era porque les gustaba.
El escenario estaba ubicado en la bocacalle donde se cruza un bulevar y una calle que tiene paso a nivel. En una esquina estaba el tablado y en la otra el operador de sonido. Al lado del escenario estaba el Peludo operando monitores. Y en un semicírculo gigante se ubicaban unas 300 personas que dejaban un gran espacio en el medio. Muy grande como para soportar la tentación de hacer algo como para que se acercaran, quién sabe para qué, si se escuchaba bien en todos lados.
Antes de arrancar uno de los pibes que estaban en la organización nos presentó como “unos grosos que hacen una música increíble y que la tienen reclara o algo así”, esas frases que uno nunca parece dispuesto a refrendar, menos cuando está enchufando los instrumentos y seteando a las apuradas con todo sonando al mismo tiempo, y después repasando la afinación en el escenario porque al aire libre las cuerdas se tildan si uno las afinó en salón de la peña que quedaba a media cuadra. Además los grosos teníamos bastante minutos más todavía seteando los instrumentos. Y además teníamos que bajar del escenario para escuchar la arenga de Huevo. Arenga que en este caso no lo fue, porque Huevo dijo algo así como que a él no le interesa arengar sino alimentar el espíritu. En fin, de vuelta al escenario, había una frialdad que no daba ni para decir buenas noches. Entonces viene la primera demostración para todo el público de Correa de lo grosos que éramos en realidad: el Teto arranca con el Utilero y sopla la armónica. Pero no encuentra la nota. Antes de darse cuenta de que tenía las armónicas al revés –tiene que usar dos para tocar cinco notas porque una la tiene rota y no puede conseguir el repuesto desde hace un año-- siguió buscando la nota. Y no la encontró hasta que no dio vueltas las armónicas. Primer chiste, de la noche, atino a decir y pido aplausos, como en el show del encuentro de jóvenes en el que a Maxi no le sonaba el violín cuando ya el tema ya estaba haciendo saltar a la gentuza. Pero antes de pedir aplausos, aparece la nota y arranca el Utilero.


Es una noche muy linda y está todo bien. Nos viene bien tocar, sobre todo luego de algunas cosas que la semana anterior en Dixon nos habían dejado con gusto a poco. Aquel show había sido muy bueno en lo musical, incluso más allá de los errores, demasiado bueno. Pero algo nos había faltado y no sabíamos qué era ni adónde buscarlo. Tal vez teníamos las expectativas mal puestas, es decir, nada que ver con lo que tenemos ahora, donde las expectativas no molestan, casi ni existen.
En los shows suelen suceder cosas que impiden disfrutar el momento. Por ejemplo, cuando arranca el Utilero, me doy cuenta de que tengo un problema de monitoreo: me falta la guitarra de Huevo. Y mientras voy cantando, voy pensando: qué pasará cuando venga Te Conozco, por ejemplo, y no tenga referencia. Empiezo a pedirle al Peludo viola de Huevo en el monitor, mientras el Teto tira el segundo riff, y claro, cuando empieza El Gordo no tengo otra cosa que la viola de Huevo. Habrá que esperar el próximo hueco y empezar con las señas: primero busco con la mirada al Peludo, después señalo a Huevo con la cara, porque no puedo dejar de tocar, y cuando la mano derecha me lo permite señaló el monitor y hago una seña como para que lo baje. ¿Habrá entendido?, me pregunto, mientras canto. La viola baja, pero necesito menos. Ahora está todo bien y hago veinte veces la seña, como si no me lo hubiera entendido la primera vez.
Entonces ya se puede empezar con los “chistes”. No me acuerdo si el Teto dijo algo como para que la gente se acercara, sí recuerdo que ensayo una chanza con los 15 pibes que se habían arrimado al escenario y pido que formemos una figura geométrica para que desde el aire el dictador de Corea del Norte (es Kim Il Sung, creo, pero en ese momento no me acuerdo su nombre) “entienda que no queremos un conflicto nuclear”. Entonces suenan unos aplausos, como si hubiera dicho algo políticamente atinado o coherente con el contexto, cuando lo único que dije fue una boludez de ocasión para que nadie lo entendiera y yo pudiera sentirme más seguro para seguir cantando.
Entonces empiezan a verse caritas y gestos en algunas barritas, pibes que se acercan al escenario como si fuera toda una decisión. Como si la banda en ese momento fuera algo tan especial que no podían perdérselo, que los obligaba a salir de su rutina en la que, como nos habían dicho los organizadores, hacía muchos años que no había un escenario de rock tan grande en Correa.
Y de pronto estaba claro que sería un show muy especial, tanto arriba como abajo del escenario. Y de pronto hubo una apuesta cuando anunciamos que el próximo tema sería Bailen Giles: el grupo de “adeptos” se sienta masivamente en la calzada y hacen señas de que no piensan darse por aludidos. Eso no le importa mucho al Teto, que empieza sus automáticos y ridículos pasos de baile. No nos queda otra que bancarlo y bailamos, porque es lo que pide la canción, y a medida que avanza el tema empiezan a pararse algunos. Ya está claro que los giles estamos arriba del escenario y de pronto los chistes empiezan a ser reemplazados por recurrentes “gracias”. También ayuda el tablón de choris que juramos atacar ni bien nos bajemos. Y allá vamos, mientras el escenario ya es de Patagonia Revelde y, como no podía ser de otra manera, sigue la fiesta en Correa.
Muchas gracias chicos, nos vemos la próxima...


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