09 marzo 2009

Nos vemos en los bares

El Regreso del Coelacanto en Berlín (Rosario), viernes 6 de marzo de 2009



(Crónica del Polaco)

Así, como en ese disco doble de Celtas Cortos, pero tomando birra o fernet. Es cierto que Berlin contiene gran parte de la historia de la banda, aunque no tanto por haber tocado ahí sino por las horas pasadas entre las barras y las mesas. Mejor no sacar cuentas porque en un mes, días más días menos, El Regreso del Coelacanto estará cumpliendo 18 años arriba de los escenarios rosarinos. Nada de otro mundo. O sí, según cómo se mire.

Un par de accidentes sonoro-técnicos en el show anterior en el Club Italiano marcaban el camino para este show. Tranquilos, concentrados y a disfrutar eran las consignas, pero si todo salía bien, mucho mejor. Y así se empezó a desandar la lista de temas, que en los primeros minutos estuvo fría para algunos que sintieron --después nos contaban-- que los fríos éramos nosotros. Es comprensible; en el escenario muchas veces la prioridad es conectar con el compañero antes que con el público. Y tal vez nos merecíamos volver a escucharnos tocar "Casita", "El Perro", "Mi lombriz" y la versión ralentada de "Vamos a la Marcha".

Sucede que el disfrute arriba y abajo del escenario no siempre puede coincidir, tal como pasa con la frontera entre el arte y el espectáculo. Uno no está ofreciendo música sólo para divertir, pero hay una norma no escrita pero impuesta, y ya no sólo en el rock, acerca de que los conciertos tienen que ser divertidos. Estoy de acuerdo, pienso, pero también debería haber espacio para otros valores o sensaciones. Si en los velorios muchas veces se cuentan buenos chistes, ¿no puede haber espacio para el bajón o la frialdad en un recital de rock? Por suerte, "El Niño Bomba" pone las cosas en su lugar y le da a la música todo el lugar que reclama para ese momento.

La conexión con el abajo del escenario llega a través de la música. Sabíamos que en el escenario de Berlin no íbamos a entrar con la banda de gaitas, por más que esta vez eran seis por la ausencia de Cynthya, que no pudo estar en el show pero pidió escuchar los temas por teléfono. Justo a mitad de camino entre el público y los músicos, Eugenia, Víctor, el Colo, Belén, Paula y Emilse se levantaron de las mesas que estaban adelante de todo, se dieron vuelta hacia la gente, pusieron un atril con un machete, inflaron las gaitas e hicimos "Te conozco de algún lau" y "Un millón de dólares", el tema de Coki Debernardi que estrenamos justamente con gaitas en el ciclo 45 dB, en junio del año pasado. Está bueno comprobar que esa fusión camina y augura una buena historia por contar.

El set list había terminado hacía un par de horas, e incluso los instrumentos ya estaban guardados en casa cuando seguíamos haciendo música con Víctor. Ya sin más instrumentos que la mesa, las sillas y los vasos. Hacer música no sólo implica tener que tocar o subir a un escenario. Muchos proyectos artísticos requieren a veces una gran cantidad de saliva gastada en pelotudeces y muchas buenas ideas no surgen de otra cosa que una buena dosis de hablar al pedo. Cosas que se pueden --y a veces se deben-- hacer en los bares. Y es bien al pedo negarlo: las paredes de Berlin fueron testigos de muchas más cosas de las que podremos recordar.